domingo, 25 de mayo de 2014

LOS MIEDOS INFANTILES

Las emociones son tan ubicuas, fluidas y esquivas que difícil aún numerarlas. A pesar de ello, todas las clasificaciones conceden al miedo una gran importancia. El miedo es una emoción que se produce en presencia de un objeto real o imaginario, y que el niño, con razón o sin ella, considera peligroso.
Todo niño nace con la capacidad de sobresaltarse. Tal vez ésta sea una de las pautas más fundamentales y primarias.
¿Cuáles son sus manifestaciones físicas?
Entre las más frecuentes están: parpadeo, integración busca de la cabeza hacia atrás, apertura de la boca, contracción abdominal, flexión exagerada de rodillas, codos y dedos, enrojecimiento o palidez, sudor, dificultad respiratoria, sensación de mareo y palpitación cardíaca. También aumenta la presión sanguínea, el baso libera corpúsculos rojos y el hígado descarga glucógeno en el torrente sanguíneo.
El miedo es algo natural.
El miedo está siempre presente en la vida del ser humano, Y hasta puede generar sentimientos de adoración, respeto, prudencia, vigilancia y angustia. Desde el punto de vista de la educación infantil, el miedo no debe ser exageradamente temido. Temer es natural. A menudo, como el fuego, es útil en el lugar adecuado y en el momento propicio, Y perjudicial si se da en el lugar equivocado y escapa a nuestro control.
Los primeros temores de la niñez cambian con la edad. Estos cambios dependen de la madurez del niño. Algunos de los temores parecen absolutamente razonables y otros, al parecer irracionales, pueden poseer una profunda justificación evolutiva.”i En todos los casos el miedo coexiste con la amenaza de seguridad o de desequilibrio. El estado que hasta entonces se mantenía equilibrado se rompe y sobreviene un cambio de situación que provoca el miedo. Un bebé oye el golpe de una puerta que se cierra estrepitosamente rompiendo el silencio reinante, entonces se sobresalta y llora. Del mismo modo llora si se le quita el apoyo sobre el cual está de pie o sentado, o si la madre le deja, porque dichas situaciones implican un cambio que agrade su seguridad.
El miedo y el desarrollo por tipo.
Desde el nacimiento, el niño va cambiando sus temores a medida que madura. A las 16 semanas llora una y otra vez cuando porque las campanas del reloj. A las 24 semanas escuchará sin temor el mismo reloj, pero llorará ante la proximidad de un extraño. A las 32 semanas siente miedo al ver a su madre con un vestido nuevo, temor que poco después habrá superado para adquirir otros que la experiencia luego le ayudará a explicar.
La continua perceptividad implica un progreso en el crecimiento. Si un niño mantuvieras siempre los mismos miedos denotaría la presencia de fobias, lo que requeriría un tratamiento complicado y prolongado para superarlas.
En la medida en que mudan, los miedos también tienden a una creciente complejidad. Una criatura pequeña siente miedo ante ruidos siniestros; el niño preescolar lo puede sentir ante el rostro arrugado de un anciano o una máscara de carnaval. Más tarde temerá el retumbar de un trueno o la vaga oscuridad de apartamentos y sótanos. Posteriormente lo asustarán los ladrones o espías imaginarios que cree escondidos en esos misteriosos lugares, o que llegan a través de un programa de terror en la televisión.
Hacia los 10 años se reída recordando esos temores de “cuando era más pequeño” ya superados. Pero entonces primera la muerte, el juicio final, la eternidad y ciertas actitudes y conductas adultas.
A pesar de haber crecido junto con el miedo, esta emoción habrá enriquecido y fortalecido su estructura mental. A medida que va aumentando su madurez, el niño no destierra sus temores; simplemente refina y organiza su modo de expresarlos. La tendencia es pasar de los miedos espaciales, a los visuales, nuevamente a los auditivos y finalmente a los personales. “Como es lógico suponer, estas tendencias están sometidas, en gran medida, a las diferencias individuales de temperamento, te condiciones ambientales y de asociación experimental.”ii
No trate de razonar.
Cuando descubra algún miedo en su hijo, no trate de razonar para descubrir por qué lo adquirió, tal vez no llegue a saberlo nunca y menos de hacer razonar al niño para que lo venza. El mundo de los pensamientos infantiles es muy diferente del nuestro, y sus temores pueden parecer extraños e incomprensibles. No obstante, tienen su explicación profunda si los analizamos con un poco de visión psicológica.
El miedo es una emoción que se produce en presencia de un objeto real o imaginario, y que el niño, con razón o sin ella, considera peligroso.
Una de las causas que hace difícil el razonamiento acerca de los miedos infantiles en la tendencia a generalizar que tienen los niños. El miedo al médico, a causa de la inyección, puede extenderse a todos aquellos que llevan un uniforme o delantal blanco. O puede ser que el recuerdo de un hecho remoto que lo haya asustado conserve para el niño sólo un detalle. Por ejemplo, sus padres lo dejaron solo en una noche y ahora tiene miedo a la luna. Con frecuencia, incluso el recuerdo del objeto le sigue inspirando temor.
Otra de las causas que dificultan la comprensión lógica de los temores infantiles es el hecho de que temor puede transformarse. Tomemos el caso de un niño que cuando era pequeño sufrió angustias relacionadas con su alimentación, cambios frecuentes de nodriza, espera prolongada de sus comidas, indigestión de alimentos contra su voluntad, entre otras, bien puede más adelante hacerle sentir ansiedad ante cada comida y reusar el alimento, anorexia.
Otro de los casos ante el cual los padres se desesperan por razonar con un niño es el miedo a la oscuridad. Muchas veces usted, al encender la luz de la habitación le dijo “pero, ¿no ves que no hay nada?” Y efectivamente” no hay nada”. Es la oscuridad lo que hace que un ambiente sea extraño: las formas de las cosas cambian, las sombras parecen desplazarse y allí se produce la mezcla de la realidad y la fantasía. La oscuridad permite que el niño explique todo lo que no sabe, lo que no ve lo que tiene miedo de saber o de ver.
El miedo y los sueños.
Los psicólogos afirman que los sueños de temor superan en número a los sueños de cólera y otros. El típico sueño que produce temor en el niño es el de ser perseguido. Él escapa, corre, pedalea, vuela, pero siente a su perseguidor cada vez más cerca. O bien se siente paralizado, sin poder moverse del lugar. En este caso los sueños adoptan el nombre de pesadillas. El episodio sólo dura uno o dos minutos. Le precede un breve periodo de llanto o quejas y agitación corporal, y después un largo período de vigilia antes de recuperar el sueño.
Hay veces en que la experiencia onírica, relativa a los sueños, adquiere caracteres dramáticos. En este caso ya no es pesadillas sino terror nocturno. Entonces la reacción física del niño es violenta: se sienta en la cama o salta fuera de ella, se aferra a los muebles o a una persona, se le distorsiona el rostro, abre exageradamente los ojos, pero no reconoce personas mi ambiente. Llora, transpira y hasta puede llegar a desmayarse. Tiene esta experiencia una duración mayor a la pesadilla y termina bruscamente.
Como ayudar al niño miedoso.
Los temores infantiles parecen de poca importancia y divertidamente absurdos. Pero el adulto debiera considerarlos con seriedad, sin llegar a la extrema preocupación, y ayudar al niño a enfrentarlos. He aquí algunos principios de la terapia preventiva del temor.
  • Controle el clima familiar. Para que el niño pueda vencer el miedo es necesario mantener las actitudes de los padres y el clima familiar bajo control, ya que esto influye en la serenidad del niño frente al peligro. “Las disputas entre los padres, una atmósfera tensa, o amenazas… o reprimendas continuas; un padre siempre ausente, la irregularidad habitual de los horarios, o también un estado de agitación perpetua, nerviosismo, excitación en la familia, son ciertamente factores que en nada contribuye al sentimiento de seguridad de que tiene necesidad el niño. Todos sabemos que por muy pequeño que éste sea, posee una facultad especial para ‘captar’, ‘sentir’ que las cosas no marchan bien en la vida familiar; capta esa tensión, esa inquietud y las siente como si fueran una amenaza para su propio equilibrio.”iii La ausencia del equilibrio y seguridad es lo que abre las puertas al miedo infantil.
  • No avergüence al niño tildándoles de cobarde. Algunos padres tienden a mostrarse toscos con los hijos miedosos, especialmente si son varoncitos.
  • Evite las amenazas. Las amenazas son perjudiciales en cualquier ocasión, mucho más cuando tratamos con el miedo. “Te encerrare en el cuarto con la luz apagada”, “irás al jardín solo, esta noche”, son sentencias que no ayudarán al niño a vencer sus miedos. Evite también las amenazas con personajes imaginarios como el “coco “, la “llorona” o las “brujas”.
  • Nunca use el chantaje. “Seguramente tú no tienes miedo hacer eso, ¿verdad?”, “Claro, tú tienes miedo de todo y no serás capaz de hacer aquello”. El eco de esas palabras es nefasto para el niño, mina la seguridad en sí mismo, le provoca ansiedad y le quita las fuerzas para sobreponerse.
  • Evite las situaciones que producen miedo. Si el niño teme a la oscuridad no lo deje solo a oscuras ni lo obligue a salir solo en la noche, o a dormir con la luz apagada. Si tiene miedo a los perros, evite el contacto con ellos.
  • Enseñe al niño a jugar con sus miedos. El sentido de humor combinado con un afectuoso sentido común ayuda a prevenir los recelos yacentes en la raíz de los temores exagerados. Si el niño teme al agua, juegue con él a la orilla del mar o la piscina, sin hacer un esfuerzo denodado para que venza en poco tiempo ese miedo. Si tiene miedo a la oscuridad a la soledad, juegue con él al anochecer en el jardín. Manténgase siempre cerca hasta que él se familiarice con sus miedos y, jugando, se sobreponga.
  • No exponga al niño a los temores manufacturados. “Manténgalo alejado de las películas cinematográficas, de los programas de radio, de las historietas y de los programas de televisión absurdamente terroríficos”. Las buenas historias también brindan experiencia de miedo que, en la justa dimensión reunidas a la imaginación infantil orientada por el adulto, serán positivas y evitarán miedos patológicos.
  • En caso de fobias o temores nocturnos lleve el niño a un especialista. En estos casos de miedos exagerados la conducta se desequilibra, el niño se vuelve hiperemotivo, muy sensible, impresionable y en muchos casos adquiere tics nerviosos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario